Etiquetas en el cielo, a tu nombre.
Sobre tonos grisáceos se desprende
un humo magneta
se suavizan tus párpados
se derrite tu carne, al “filme luz “
(si esa energía proyectada)
Te consume
Y
Te sumerge.
Jamás habrá nada que retenga el piso
A tu comodidad.
Por aquel tiempo, niño, donde
Decidiste renacer,
Véanse a través y no por sobre
Cuántos han sido los somníferos
Anestesiándote
El
Alma.
Tanta música desperdiciada sobre tu almohada
En el vomito de ciertas retinas
A un Apocalipsis de rutina, abriendote el estómago
El corazón
Cada órgano, se desarma
Se desintgra, y todo se viste y se desviste
De colores y piedras
De sonidos al borde de dichosos labios
Dignos de un lugar espontáneo a través de la sien.
De finos y torpes dedos penetrando células
Cuando apagan las luces de la ciudad y el mundo
Queda indefenso al Incendio, encantado de presenciar
Como se quema la humanidad,
las pestañas jamas se tocan
Hasta que sequen las mucosas y los mil y un colores
Atraviesen suavemente
lo elocuente y lo insensato,
Lo querido y lo obtenido, en un silencio distante,
Muere.
Y se vuelve a hablar de cigarrillos y café
Del amor camuflado en palabras y metáforas
Que cambian a los tiempos de cortes en tu alma,
De objetos en el aire, se anulan se nacen se mecen.
Y entonces se quebrajan las últimas cuentas
Al final del día, de cada Instante,
Fríamente vomitado.
Reconstruyendo pedazos abstractos de llamados
Y gritos de auxilio,
De frases inéditas a un cuerpo desesperado.
El despertar nuevamente,
Sobre
humo
Endemoniado.