Su puño se estrella contra la pared, sus ojos demuestran fiereza y su cuerpo vibra de emoción acumulada. Sabe que no es vida, que hay algo mejor a la vuelta de la esquina esperándolo, pero no puede o no quiere (todavía no tiene en claro eso), dejar aquello. Sabe que no todo el color de rosa y no importa cuanto se haga el duro, la vida siempre lo va a derribar.

Pero no quiere verlo ni sentirlo, aunque lo último es imposible.

Porque siente furia y odio hacia el mundo exterior, quiere demostrar que él vale algo y no sólo ocupa espacio, quiere demostrar que no nació para sufrir si no para brillar. Pero la cosa se complica más de lo que nunca creyó y sus fuerzas empiezan a flaquear (demasiado para su gusto) y ya no sabe si resistirá.

Su puño sangra, siente el frío liquido rojo corriendo sobre su mano vendada y, aunque no lo oye, sabe que cae al suelo manchando el piso de madera y que después deberá limpiar y que no saldrá, porque aquella vez no será la excepción y porque su piso está demasiado manchado y otra mancha como aquella no hará la diferencia, al igual que más lágrimas tampoco lo harán.

Se odia por ser tan débil, por no poder hacer oídos sordos hacia aquellas personas que esperan impacientes verlo caer y así burlarse de él. Todavía los escucha, sus voces son lejanas y algo distorsionadas, lo cual las hace más horribles de lo que por si son y lo dejan todavía más perturbado. Porque nunca se van esas voces, lo siguen a todos lados y le recuerdan que no es nada y no le es imprescindible a nadie.

Cae al piso de rodillas y no le importa el dolor agudo que sintió en ellas, no importa nada ya. Se tapa los oídos con fuerza intentando vanamente que aquellas voces desaparezcan y que por una vez en su vida pueda respirar con libertad sin sentir que lleva en su espalda un peso demasiado grande para él. Gimotea asustado y jura que puede escuchar risas que se ríen de lo patético que se ve en posición fetal y llorando como un niño el cual perdió a su mamá.

Comienza a gritar y el grito cada vez es más fuerte y un gemido de dolor inunda la vacía habitación, ya no puede aguantarlo más y comienza a llorar con un dolor que prácticamente se puede palpar y hace la atmósfera demasiado pesada, como si la simple tarea de respirar ya fuera imposible y todo, hasta el aire, es más doloroso. Otra convulsión llega a su cuerpo y siente un escalofrío que recorre toda su espalda y llega a su nuca haciéndolo temblar.

Conoce la escena, la ha vivido más veces de las que quiere recordar, por lo cual cuando siente sus párpados pesados e intentan cerrarse, ya no pelea contra ellos para mantenerlos abiertos porque sabe que no podrá y que se quedará dormido en aquel piso frío lleno de sangre y lágrimas. En esa habitación que lo conoce mejor que nadie, que ha sido testigo de sus peleas internas.

Y hasta en sus sueños esas voces lo siguen y lo más espantoso es que son los que lo mantienen en el limite de la cordura y la locura, porque son las únicas voces que le hablan a él.

Y cuando se despierte se volverá a repetir la misma rutina de nuevo, sólo que cada golpe será cada vez más doloroso y cada palabra le traspasará el corazón como una bala disparada directamente hacia él.

Un arma que simplemente fue creada para su destrucción.

Y así y todo sus ojos seguirán demostrando determinación y su puño seguirá sangrando igual que ayer.