La habitación estaba vacía. Los gemidos se repetían en un ligero eco cada vez que Mathew embestía su boca. Aun cuando René no era muy hábil y sollozaba (lo que arruinaba cualquier deseo de correrse), le gustaba obligarlo a obedecer. Al menos era más de lo que hacía su esposa.

Miró hacia abajo, viendo a su hijo con los ojos llenos de lágrimas al mismo tiempo que respiraba en grandes bocanadas mientras se limpiaba la saliva que le caía por la boca y le manchaba el cuello.

-Papá…

Lo tomó por el pelo y lo remeció un poco, más molesto por detenerse sin permiso que por interrumpir la mediocre mamada. Le dio una ligera cachetada.

-Cállate de una vez, abre bien la boca, y mejor sigue haciendo lo que te ordené.

Sabía lo humillante que era para su hijo estar en esa situación. Se daba cuenta, por medio de los sollozos, lo que le dolía que su padre lo tratara de esa manera. Y disfrutaba con ello, que el niño creyera que si le hacía caso en todo, lo iba a querer.

Puso las manos en la cabeza de su hijo y comenzó a embestir con fuerza. La boca pequeña y un tanto apretada –seguramente por el asco– se sentía deliciosamente bien alrededor de su polla.

Estaba excitado al verlo sometido por completo, totalmente angustiado. Nadie quitaría de su mente el recuerdo de tener el miembro de su padre metido en la boca, insulto a insulto, arcada a arcada. Cada vez que estuviese con alguien, hombre o mujer, se acordaría de él.

Le apretó la nariz con la mano. Vio que la cara de su hijo se ponía roja y forcejeaba un poco para tratar de tomar aire. Usó toda la fuerza de sus caderas para llegar con un solo movimiento hasta el fondo de la boca. Sintió, en la punta, la contracción de la garganta y una ligera arcada. Retrocedió un poco y sacudió de nuevo la cabeza de René.

-Si vomitas, te vas a tragar todo. Semen y vomito, ¿quedó claro?

Sonrió cuando vio al niño asentir repetidas veces con el miedo latente en cada poro de su piel; con esa actitud sumisa y patética que mostraba siempre que le ordenaba hacer algo así.

Continuó embistiendo, cada vez con mayor velocidad e ímpetu, y sus gemidos se hicieron más profundos y largos. Sabía que estaba próximo al orgasmo, podía sentirlo en cada parte de su cuerpo, recorriéndolo, avanzando y arrasando todo a su paso, pero no era eso lo que me importaba realmente, lo importante era ver a su hijo humillado y derrotado de esa manera.

Dio tres arremetidas rápidas y bruscas, y se regocijó al vaciarse en la boca de René. Oh, sabía bien que el niño tendría para siempre grabado en su mente el sabor de su padre. Mathew no podía imaginar algo peor que eso, pero cuando lo imaginara lo utilizaría con el pequeño una y otra vez hasta destrozarlo por completo.