No, no está beteado, así que siéntanse libres de darme un jalón de orejas cuando sea necesario.
Lamento
Ves inmóvil la figura de tu amiga ante ti. Se hallan en un callejón, en el hueco entre tu casa y la del vecino, tú llevando en la mano la bolsa de basura que era tu deber sacar de la casa, mientras ella permanece quieta en la acera, sin moverse, sólo mirándote. Casi podrías jurar que no pestañea.
Sabes que ella siempre había sido la mas pálida de las tres, dado a que se negaba a acercarse al sol, por lo que no es tanta la sorpresa al ver el efecto de luminosidad reflejada en su rostro, gracias al farol encendido ante tu casa. Aun así, no puedes evitar cierta inquietud al notar una tremenda semejanza con esas estatuas de piedra caliza que exponen en los museos de grandes artes, que antes no estaba ahí. Los cabellos morenos de los que alguna vez sentiste envidia seguían poseyendo esa elegante ondulación que hacia difícil determinar si eran rulos, cayendo en puntas abiertas por debajo de los hombros y dejándose bailar al suave vaivén de la calida brisa.
De repente, sin proponértelo, a tu mente comienzan a asistir los rasgos que por tanto tiempo has visto y han caracterizado a tu mejor amiga. Te percatas que parece mas delgada de lo que recuerdas, o quizás sólo fuera la impresión que daba verla ataviada de los ropajes góticos que había adoptado la costumbre de llevar hace no mucho tiempo en combinación con las penumbras a sus espaldas.
Todavía es más alta que tú. Sin embargo, ya no percibes esa usual aura de despreocupada irreverencia, esa que te hacía sentir aun más pequeña por no poseerla. Esa era una de las características que Angelique y Tatiana habían compartido. Por ese entonces ambas tomaban entre risas tus quejas acerca de pasarse el día hablando con semejante par de gigantes.
Tatiana era la que pasaba un brazo por tus hombros y te aseguraba que te querían igualmente, mientras Angelique te guiñaba un ojo, asegurándote divertida que ya te llegaría la hora del estirón.
Pues tal hora había pasado, y tu altura seguía sin alcanzar su coronilla. Con el corazón apretujado, tu consciencia te dijo que tampoco alcanzabas ni su mano, ni su corazón.
Ella quiere decir algo, siempre habías sido capaz de intuirlo, pero por lo visto las palabras, el aliento o lo que fuera, no le llegaban a los labios.
Anquelique nunca había sido un libro abierto, por lo que en esa clase de situación a ti sólo te quedaba intentar adivinar lo que pasaba por su cabeza, ya que la morena sabía ser esquiva cuando se lo proponía. Tatiana, por otra parte, prefería atosigar a su amiga a constantes preguntas y chantajes emocionales, hasta que finalmente Angelique hablaba (o gritaba, si se le agotaba toda paciencia) sobre lo que le sucedía, con el único fin de que la dejen en paz, para luego cerrarse cuando querían ahondar en el tema.
Ahora Tatiana no estaba contigo, y a ti no se te viene nada a la mente. En tu pecho sientes el nacimiento de un miedo inexplicable, uno que deseaba que ella callase. Intentas opacarlo con lógicos razonamientos, pero tu corazón se acelera velozmente. Es pánico, lo reconoces, el pánico a lo inevitable.
Angelique abre la boca vacilante, y alcanzas a vislumbrar un par de colmillos más puntiagudos de los que hayas visto antes. Sin embargo no emite sonido, sus labios y su mandíbula tiemblan ligeramente como si por razones que no comprendiera hubiera perdido la voz.
También tomas consciencia de la forma en que entrecierra los ojos, impidiendo el flujo de un liquido carmesí tan espeso que casi cubría sus pupilas. Te concentras en el gesto, es familiar para ti, porque ella siempre se contiene llorar en publico, pues prefiere la soledad absoluta.
-Lo lamento-deja escapar en un sollozo, su voz adornada con un nuevo matiz, al tiempo que dos líneas rojas comienzan a rayar sus mejillas.
El siguiente momento es uno que recordaras el resto de tu vida, reviviéndolo en tu mente una y otra vez hasta que pierda sentido, cambiando escenarios, circunstancias, nombres, modificando lo que hiciste. Habrá ocasiones en las que creerás haberla llamado a gritos durante horas, así como en las que te convencerás, quizás para aplacar tu culpa, de que te lanzaste hacia ella y quisiste atrapar su mano.
Pero no importa, porque el resultado jamás podrás cambiarlo. Tan sólo había bastado un parpadeo y Angelique había desaparecido. Lo que nunca habrás de olvidar es la enorme sensación de vacío que te invadió, y la innegable certeza de aquello que ya habías temido sucedió y al final no pudiste evitarlo.
Angelique se había ido frente a tus narices.
Y tú nada habías hecho.