Huyes de tu casa después de haber disparado a tu padre. No te importa saber si ese bastardo está vivo o muerto. Sólo sabes que él fue el responsable de tu sufrimiento de años. Huyes. No quieres que nadie te encuentre. Sabrán que cometiste un crimen. No había salida. Nadie creía en lo que tú decías. Para la sociedad, es simplemente inconcebible que un padre viole a sus hijos. Nadie te cree.

“No… no… detente… papá ya no sigas…” Gritaba el muchacho en forma desesperada, sin entender, por qué su padre lo golpeaba con el cinto. No había hecho nada, pero él le pegaba dejando moretones. Luego, arrancaba las ropas y lo penetraba bruscamente, buscando provocar dolor y sufrimiento…para después dejarlo llorando, lastimado en su cama.

Durante mucho tiempo lo planeaste. Un disparo y se acabarían todos los malditos años de dolor y asco. Dolor. Por culpa del maldito perdiste tu inocencia. Y ahora eres un criminal y no mereces ninguna clase de perdón. La policía halló el cuerpo de tu padre y ahora te buscan a ti.

“Nadie me cree… no vendrán en mi auxilio. Debo terminar con su vida.” El joven decía esto, mientras cargaba la pistola e iba a la habitación de su padre. En su opinión no había otra salida. Debía hacerse justicia por sus manos. No había otra opción. No dejaría que su vida infernal siguiera.

El muchacho entró a la habitación, decidido a terminar de una vez con todo. Miró al hombre que supuestamente debía amarlo y protegerlo, directamente a los ojos. Su mirada estaba completamente llena de odio. No podía sentir nada más por ese hombre al cual se veía obligado a llamar padre. Apunta la pistola y dispara. El cuerpo del hombre mayor cayó pesadamente, como si fuera un saco de papas. El jovencito empezó a correr, lo más rápido que podía. Lo único que deseaba era huir de ese lugar endemoniado, al cual se veía obligado llamar su hogar.

Se oyen las sirenas, mientras acordonan la casa donde se provocó todo tu dolor. Huyes, tratando de buscar una cura para tu dolor. Una cura que no existirá, porque ahora llevas una carga más en tu conciencia.

Dolor, dolor… no se acaba. La policía te ha encontrado. Te suben a la patrulla, envuelto con una cobija, la noche es fría. Y tú lloras buscando aún curar tu dolor. Pero se vuelve cada vez más insoportable conforme pasa el tiempo. Sientes como los ojos de todos se clavan en ti, con miradas acusadoras. Eres un criminal. Un maldito criminal. Lloras, pero no los conmueves. Con sus miradas hirientes te afirman que no mereces el perdón.

“El acusado es declarado culpable de homicidio en primer grado…la sentencia es la silla eléctrica” Después de oír esta frase, el jovencito se desploma en su asiento. Lo único que quería era terminar con este asunto de una vez, pero sabía que habría demasiadas apelaciones. Era seguro que tardaría años para cumplir su sentencia. Por unos momentos se arrepintió de haber disparado contra su padre. Pero el recordar su vida pasada, lo hizo reflexionar. No, no estaba arrepentido. Si esto era consecuencia de haber tratado de terminar con su dolor, lo aceptaría.

Han pasado varios años desde que te encerraron. Varias tediosas apelaciones y varios intentos fallidos para justificar tu acto. El jurado decidió que fueras condenado a la pena de muerte. Hoy es el día en que por fin se cumple tu sentencia. Aun sigues con el dolor. El dolor nunca se fue, es obvio. La carga que depositaste sobre tu conciencia sigue allí. Ves la silla eléctrica como una salida. Este es el fin de tu sufrimiento.