No podía dejar de mirar al pequeño que dormía tranquilamente en su cuna. Él era el responsable de todo; ése bebé tenía la culpa de que no pudiera seguir estudiando. Él fue el responsable de que todos sus sueños se vieran destruidos antes siquiera de alcanzarlos... ¿Por qué tuvo que llegar? Claro que quería tener hijos, pero quería una niña no un mocoso llorón que le arruinara la vida.

Han pasado siete años y aún no puede evitar recordar lo que pensó la primera vez que René estuvo con ellos. "Todo sería más sencillo si no existieras..." Su hijo se había convertido en un niño odioso que corría por todos los rincones de la casa, pero el cual se retraía fácilmente cuando personas -que no fueran sus padres- estaban a su alrededor; no le gustaban los extraños, no desde la vez que lo retó por no estar a la altura de los invitados. Le importaba una mierda que fuera demasiado pequeño para saber de normas sociales, debía aprenderlas, así que lo castigó por dos semanas sin jugar ni salir de su habitación.

Siempre lo miraba de una forma que indicaba que, no importaba qué hiciera, jamás alcanzaría las expectativas que tenía para su vida. ¿Por qué no lo dejaba ser él mismo? ¿Acaso no le gustaba? Claro que no le gustaba. Era un estorbo, alguien que jamás debió nacer ya que arruinaba todo. Jamás sería lo que esperaba, de eso estaba seguro. Sus sonrisas no serían para René y el orgullo era algo que no le demostraría nunca. Sabía que no iba a haber nada que el mocoso hiciera para que se sintiera orgulloso.

Lo obligaría a cumplir órdenes, a cumplir normas y reglas, y aún así no lo querría. Su hijo no merecía que nadie lo quisiera. Su esposa no lo hacía y él tampoco; no importaba qué patético acto hiciera René para ganar su cariño, simplemente no lo merecía y Mathew se iba a encargar de demostrárselo de todas las maneras que pudiera.