y olvidaba tambien aquella ocasión tenebrosa en que aquel enfermo, de cuyo nombre no quiero acordarme, moría violenta y horriblemente de una manera que yo en todos mis años de enfermero habia creído imposible, creí no ver al menos hasta llegar al infierno -que sería pronto- esa ensatanada forma de morir. Una enfermedad desconocida, pero con síntomas cruentos.
Yo suministraba las pastillas del anci...ano, una vez por noche a las 8:20 tenia que mirarlo tomarcelas, quiza conversar con el, pero realmente es que lo mismo me daba, su aspecto desaliñado y perdido y toda su mugre me inspiraban desconfianza, jamás dejó que lo bañaran. Era un tipo asqueroso y estaba muriendo despacio y horrorosamente. Nunca hablamos de él mismo, ni de mi, solo hablamos algunas pocas veces sobre cosas de las que no suelo hablar con cualquiera. Y el parecia, sin embargo, no sufrir tanto. (Entre mis pensamientos furiosos y revueltos he llegado a pensar que disfrutaba morir). Él moría y yo fui el principal testigo, el perro no tenia familia.
La enfermedad me intriga mucho, pues aun no he leido sobre algo así. Los doctores no hablaban mucho al respecto. Mas bien nada. Sólo pude saber que el anciano cagaba los intestinos a pedazos. Trozos de higado, de tripa y algo que siempre me pareció masa para tortillas, le salía por el ano y resbalaba suavemente. A veces le salía sangre y yo, siempre estupido, siempre drogado por el mismo aire que respiro, miraba atentamente todo lo que el sujeto expulsaba. Siempre me percaté del ápice de dolor en su rostro, pero nunca soltó un alarido.
Y noche tras noche, el anciano apenas con fuerzas para levantarse, el baño era impregnado con un olor a podredumbre y muerte, almenos una hora demoraba el medio muerto viejo cagando. Nadie que estubiera cuerdo entraba por el, y siempre salía solo; muchas veces pensamos ha de estar muerto ya, pero cada dia era lo mismo, no moría, no quería morir el maldito anciano! Hechaba por el culo pedazos de pulmon! Hechaba por el culo sangre, y trozos de todo lo que uno trae adentro y no quería largarse de este puto mundo todavia.
La ultima noche el anciano estaba muerto, pero muerto totalmente del cuerpo, estaba seco y chupado. Estaba en un estado exánime a causa de esa extraña enfermedad. Era un cadáver pútrido que aun movía los ojos y podía oírme cuando le dije: -te llevaré a mi casa, aquí nadie quiere cuidarte más, y tu nada que te mueres. Y una vez ahí, tendido sobre la camilla del quirofano improvisado que era mi cuarto me dispuse a inquirir en esa enfermedad, a saber que era lo que hacía al viejo cagar los intestinos a pedazos. Cual fue mi sorpresa al tomar la sierra y abrirle la panza, el miasma de toda su pudrición atasco mi nariz, a muerte, a mierda y a descomposicion, era desagradable, era infernal. Y dentro de lo que quedaba del anciano a medio morir, en donde debian estar todos sus intestinos un extraño bicho negro y asqueroso me miraba con sus ojos ennegrecidos.