Saludos a todos,
Soy nuevo en el foro. Os dejo el prólogo de una novela que acabo de terminar con un amigo, por si os apetece leerlo y dejar alguna crítica. Iremos colgando más capítulos.
Además Estamos publicando la novela por capítulos en el blog:
http://nando-juegodealas.blogspot.com/
Gracias por adelantado.
JUEGO DE ALAS, PRÓLOGO
Nueve de cada diez personas sentirían algún remordimiento al interrumpir el sermón de un cura con una ruidosa canción de un grupo de rock, cuya letra era, como mínimo, inapropiada para la ocasión. Y eso sería aún más cierto si el evento que acabara de entorpecer de manera tan insensible fuese un funeral.
Sin embargo, Ramsey sólo sintió una ola de felicidad cuando el sacerdote levantó la vista de su Biblia y todos los asistentes giraron sus cabezas para atravesarle con una mirada de indignación. Ramsey metió la mano en el bolsillo de su americana y sacó el móvil tan rápido como pudo, al tiempo que murmuraba una disculpa y se alejaba a toda prisa por los jardines del cementerio.
Cuando uno sólo puede hablar una vez al mes con su mujer, porque se halla casi incomunicada en la otra parte del mundo, colgar la llamada es la última cosa que pasa por la cabeza. Aún así, Ramsey tomó nota mental de cambiar el tono de su moderno teléfono móvil.
―Hola, cielo ―saludó mientras seguía caminando entre los árboles―. Te he echado de menos. ¿Cómo va todo por la Antártida?
―Yo también a ti, cariño ―contestó la voz de su mujer―. Por aquí todo marcha según lo previsto, la visita del congresista Collins y sus burócratas nos ha retrasado un poco pero logramos que dieran su apoyo económico ante el Congreso. ¿Qué tal todo por casa? ―preguntó sin disimular su nostalgia.
Ramsey prefirió omitir el reciente incidente en la iglesia, no le pareció a la altura del congresista Collins ni de presupuestos millonarios para misiones científicas. En lugar de eso, le resumió los mejores momentos que había vivido desde que hablaron el mes pasado, que por desgracia no eran tantos como le hubiese gustado. Los negocios no iban precisamente viento en popa. Pero no quería ensombrecer su conversación mensual con noticias desagradables. Su mujer, por su parte, le relató los avances en la investigación del proyecto científico que lideraban en el polo sur. Jane utilizaba la clase de jerga científica que a Ramsey, directivo de una tabacalera, le resultaba casi incomprensible. Pero Jane le hablaba con tanta pasión, que nunca había sentido la necesidad de cortarla. Sería porque llevaban poco tiempo casados, pensó cínicamente. Al menos había contraído matrimonio en una ceremonia en la que por fortuna los invitados tuvieron más tacto que él y apagaron sus móviles.
―Entonces, ¿cuánto falta para que concluya el trabajo y regreses a casa? ―preguntó Ramsey.
―Si todo continúa así, en dos meses habremos terminado ―dijo ella con una nota de alegría. A Ramsey no le pareció tan buena noticia como a su mujer. Aunque el plazo no se alargaba, él había albergado la esperanza de que estuviese de vuelta antes, pero se abstuvo de decir nada.
―¡Oh cariño! ―la voz de su mujer sonó emocionada al otro lado de la línea―. ¡Es increíble, estoy viendo la aurora austral! Es un espectáculo de luces increíble. Ojalá pudieses estar aquí ahora para verlo conmigo.
Ramsey imaginó a su mujer con el teléfono pegado a la oreja y mirando hacia el cielo del Polo Sur. Sin darse cuenta, se dejó llevar por la ilusión de estar a su lado y alzó la vista como si ella le estuviese señalando a dónde mirar. Lo que contempló le dejó boquiabierto.
―Cariño, ¿sigues ahí? ―preguntó su esposa―. No te oigo. ¿Me escuchas?
―Sí, te oigo, perdona es que… juraría… que yo también la veo.
―¿Qué es lo que ves? ―preguntó ella sin entenderle.
―La aurora. Veo las luces en el cielo formando una especie de estela de colores ―balbuceó Ramsey.
―Vamos, cariño ―dijo ella en tono de reproche―. No empieces con tus bromas.
―Te lo juro. Estoy viendo una aurora ahí arriba ―insistió―. Es como la que vimos en Alaska el año pasado. ¿La que ves allí es verde con trazos morados?
―Sí ―respondió ella con un claro cambio en su voz―. Pero eso no puede ser. Tendrías que estar mucho más al norte para poder ver una aurora boreal. Y no podría ser la misma que veo yo. Escúchame bien, si es otra broma pesada te juro que me quedaré aquí un año…
―¡No es una broma! ―cortó él―. La estoy viendo con mis propios ojos. Voy a hacer una foto con el móvil y te la mando, así podrás comprobar que no miento.
Dejándose arrastrar por una inesperada excitación, Ramsey se alejó de la arboleda para mejorar su visión. Mientras salía hacia un lateral del cementerio, observó que la gente se detenía y levantaba la cabeza hacia arriba. En ese instante, un inmenso y silencioso fogonazo llenó el cielo en su totalidad. Ramsey se tapó los ojos de manera instintiva, y cuando retiró la mano, contempló cómo el firmamento se vestía de diferentes colores. Primero se tiñó completamente de rojo y en unos segundos adoptó otra tonalidad, pasando sucesivamente por una escala que iba del amarillo al añil.
―¿Ramsey? ―gritó su mujer por el teléfono―. Algo ha pasado aquí. La aurora ha desaparecido con una especie de explosión de luz ―la voz de su esposa sonaba asustada―. El cielo está cambiando de color…
No podía creer lo que su mujer le estaba diciendo. Sencillamente era imposible. Le estaba relatando con todo lujo de detalles lo mismo que él estaba observando, sólo que estaban separados por miles de kilómetros de distancia.
―¿Ahora está de color amarillo? ―preguntó a su mujer.
―Sí. ¿Cómo lo sabes? ―contestó ella―. ¿Ahí también está pasando lo mismo? Su voz de científica denotaba tensión y excitación al mismo tiempo.
En ese momento se cortó la comunicación. El móvil no emitió un pitido que indicase que la línea estaba saturada o comunicando, simplemente se sumió en el silencio. Ramsey lo miró y vio que estaba apagado. Sintiéndose cada vez más nervioso, intentó en vano volver a encender el teléfono. No respondía a ningún botón y estaba absolutamente seguro de que aquella mañana había cargado la batería por completo. Ramsey se dirigió de vuelta al funeral con la intención de pedir prestado un móvil, pero algo en su interior le decía que el resto también habría dejado de funcionar.
No llegó a dar dos pasos por la acera cuando se detuvo ante una extraña imagen que a su cerebro le costó procesar. Un niño intentaba reclamar la atención de su madre, que contemplaba atónita el cielo cambiante. El chico tiraba insistentemente de un perro que permanecía inmóvil, como una pequeña figura de porcelana. Dos de sus patas estaban posadas firmemente en el suelo, mientras que las otras se mantenían en el aire en un equilibrio imposible. Ramsey lo miró sin saber qué hacer. El perro seguía petrificado, como si fuese una fotografía que le hubieran hecho mientras caminaba detrás de su dueño. El pequeño rompió a llorar y la madre por fin se volvió hacia él.
Luchando por comprender lo que sucedía, algo llamó su atención en el límite de su visión periférica. Ramsey se volvió y se quedó aún más estupefacto. Una ardilla se había congelado en el aire, a medio salto entre las ramas de dos árboles. Aquello no podía ser, Ramsey se frotó los ojos y volvió a mirar con la esperanza de que todo hubiese sido una ilusión. Pero no, la ardilla seguía allí, suspendida ingrávida en el aire, ajena por completo a la atracción de la gravedad. Un molesto cosquilleo mordió la nuca de Ramsey.
El cielo continuaba cambiando de color. Completamente desconcertado, sólo se le ocurría pensar que aquel misterioso fogonazo había paralizado a los animales. Ramsey se preguntó estúpidamente si su mujer estaría viendo pingüinos que se negaran a efectuar movimiento alguno. Trató de reponerse y actuar, eso es lo que se le daba bien, pensó. Dio la vuelta hacia la carretera dispuesto a entrar de nuevo en la iglesia y pedir ayuda, pero no pudo separarse del suelo. La orden había salido de su cerebro, de eso estaba seguro, pero su pie no le respondió.
Sin saber cómo ni en qué momento había perdido totalmente el control de sus movimientos. Aún era consciente de cuanto sucedía en torno suyo pero no podía siquiera girar los ojos. Su vista estaba fija en la carretera y no era capaz de sentir su propio cuerpo. Lo veía todo como si fuese una película con la cámara fija en un punto, sin que él pudiese hacer nada por interactuar con el entorno. Era un penoso consuelo, pero se tranquilizó levemente al comprobar que las personas que estaban a su alrededor también estaban paralizadas. La madre y su hijo, reclinados sobre el perro. Una pareja al otro lado de la calle, mirando el firmamento. Y un grupo de seis niños, cruzando un paso de cebra.
De no ser por el latir de su corazón y el murmullo de la leve brisa matinal, Ramsey hubiese pensado que el mismo tiempo se había detenido. Pero eso no podía ser. Las hojas seguían cayendo de los árboles, y una bolsa de plástico describía círculos en el aire, empujada por el viento. Por lo visto, sólo los animales y las personas resultaban afectados.
Ramsey oyó el sonido de un motor acercándose por su izquierda, pero no pudo girar la cabeza. Delante de él, los escolares seguían inmóviles en medio de la calle. Un estremecimiento de horror le sacudió mientras anticipaba la tragedia. Su mente gritaba con todas su fuerzas, pero sus labios permanecían cerrados, desobedientes. La parte delantera de un camión de limpieza asomó ante sus ojos. Avanzaba a poca velocidad, pero constante. La figura del conductor, visible tras el cristal, permanecía tan quieta como los demás. Ramsey impotente, contempló horrorizado cómo el camión se echaba encima de los pequeños. Sus cuerpos fueron arrollados por el vehículo de gran tonelaje que apenas si se desvió ligeramente hacia un lado. Un crujido de ramas rotas llegó a sus oídos. Pero Ramsey apenas tuvo tiempo de compadecer a los niños. La cadena de acontecimientos se precipitó a su alrededor.
Comenzó con un fuerte chisporroteo, acompañado de un pequeño destello en su mano derecha. Ramsey comprendió que el móvil que seguía sujetando había explotado, dejando salir una pequeña espiral de humo. Al menos comprobó que no sentía dolor, en realidad, ni siquiera sentía su mano. No era el mejor de los consuelos, pero esperaba que al menos los niños no hubiesen sentido cómo el camión les pasaba por encima. Casi a continuación, vislumbró pequeñas explosiones en el interior de todos los vehículos que tenía cercanos. Ramsey supuso que se trataba de los aparatos de radio. Segundos más tarde, el motor del camión que comenzaba a alejarse estalló y el capó se alzó hasta chocar contra la luna delantera. El camión no llegó a detenerse siguiendo su curso por la avenida, mientras los motores de los vehículos que rebasaba iban reventando prácticamente al unísono. Varios coches comenzaron a arder y Ramsey supo que muchos de ellos no estarían vacíos, con sus ocupantes completamente paralizados viendo cómo las llamas consumían sus cuerpos.
Nunca antes como en ese momento, Ramsey se había sentido tan aliviado de que su hijo Michael tuviese una moto. Escuchó violentas detonaciones amortiguadas por la distancia, y pronto varias columnas de humo asomaron retorciéndose perezosamente. Estaban lejos, en la ciudad, pero si en un sitio relativamente aislado como el cementerio ya habían muerto varias personas en unos segundos, Ramsey no quiso imaginar lo que estaría pasando en una ciudad llena de aparatos eléctricos y vehículos circulando por todas partes.
Y entonces, sin previo aviso, el movimiento y el dominio de su cuerpo volvieron a formar parte de él. Dejó caer el móvil, que empezaba a quemarle en la mano, y luego se unió a los gritos provenientes de todas partes que reflejaban el temor y la locura que todos estaban sufriendo. Ramsey vio al camión chocar inofensivamente contra un árbol y al conductor bajándose de él, con el brazo envuelto en llamas. La gente corría despavorida en todas direcciones, chillando histérica.
Algo retumbó por encima de sus cabezas. Ramsey miró hacia arriba, a tiempo de ver una enorme masa de acero cayendo hacia él. Pudo distinguir los colores de la Panamerican Airways dibujados en el costado del avión mientras se cernía sobre ellos. Ni siquiera hizo la tentativa de huir. Su último pensamiento, justo antes de morir aplastado, fue para su familia. Le pidió a Dios que respetase su vida.
El inexplicable fenómeno que pasaría a ser conocido como la Onda, tuvo el desconcertante efecto de sembrar las mismas preguntas en las amedrentadas mentes de los supervivientes. ¿Qué había causado aquella vorágine de destrucción? Y lo más importante, ¿por qué?