Vacío.

Ya habían pasado dos meses desde que el accidente sucedió. Todos sus seres queridos se habían esfumado. Su padre, su madre, todos apartados de su lado en una colisión entre dos vehículos. Sin poder valerse por sí misma se vio obligada a empeñar la gran mayoría de los muebles.

La casa en la que se crió, antes llena de vida, de color y de luz había desaparecido dando lugar a una estancia fría, vacía y gris. La soledad podía respirarse, la sola visión del lugar bastaba para helar la sangre y vaciar el alma.

El único mueble que realmente la recordaba su vida anterior era la pequeña bañera en la que antaño se escondía para jugar al escondite. Abrumada por la constante sensación de vacío solía pasar las tardes sentada en la bañera. Miraba las grietas del techo fijamente, mas en lo que realmente pensaba era en la vida feliz que tan súbitamente le fue arrebatada.

Los recuerdos sólo aumentaban el vació que la soledad había hecho en su corazón. Los recuerdos eran un arma de doble filo. Tan reconfortantes y tan desesperantes. Desesperante el deseo de retomar su antigua vida, reconfortante el saber que existió.

De ella, la chica un día alegre y vivaracha, queda ahora un cuerpo vacío y frío por la ausencia del alma. Así, con la cabeza apoyada en los azulejos y la mirada en el techo, pasaría aquella tarde en el vacío de la soledad.