... Aunque su mano tiembla mientras agarra el cuchillo parece inevitable que sesgue su piel. ¿Dolor? incesante, punzante, casi cegador. ¿Temor? Claro, nunca lo pierde cada vez que ve un objeto afilado. ¿Deseo? no ¿Necesidad? casi inaguantable.
No es como si Celia quisiera hacerse daño, en realidad siempre ha temido el dolor, es algo más, un impulso casi repentino que hace que su mente se nuble y sus ojos no puedan centrarse más que en aquello que causará otro ingreso en le hospital y esta vez quizás sin regreso. Todo se fragmenta, se divide, una parte de ella quiere dejarlo, evitar el dolor que sabe que vendrá, huir de ese circulo vicioso en el que se ha convertido su existencia, pero otra es como si necesitara un chut de droga, síndrome de abstinencia.
Las lágrimas corren por su cara al igual que correrá la sangre por su antebrazo, su pierna, o su cara; no sabe donde se desviará el filo esta vez. Con el último casi se cortó las venas.
Una sonrisa melancólica curva sus labios mientras recuerda a su madre, María, ella era su ángel, su vida; cuando su padre llegaba a casa borracho y medio enajenado siempre la escondía en algún rincón de la casa y recibía los cortes ella sola. Una noche, decidió que debía marcharse con ella, lejos del dolor y la muerte que se presagiaba en poco tiempo.
Recordaba como chirriaba la puerta y que ella le decía que se irían con su tía Janet, una policía nacional que podía defenderlas. Llevaba su abrigo rojo, su favorito, había sido su regalo de cumpleaños, en una casa tan pobre no se podían tener muñecas.
Su padre regresó antes de tiempo, quizás fue el destino, quizás mala suerte o quizás solo un fallo de calculo por parte de su madre, pero él sacó su pistola y disparó. El rojo de su abrigo se mezcló con el de la sangre de María.
Janet la había recogido cuando su padre había sido llevado a la cárcel por asesinato y allí comenzó la pesadilla.
La primera vez no recordó nada, solo despertó de esa bruma cubierta de cortes y con cristal en una de sus manos ensangrentadas. La segunda intentó cortarse ante su tía.
El psicólogo aseguró que solo era un trauma por el maltrato y muerte de su madre que había salido ahora a la luz. Siguieron sesiones y sesiones que no sirvieron más que para sacarles el dinero y después... simplemente se rindió. Aprendió a controlarse lo mejor que podía y a tener el teléfono de la ambulancia siempre marcado en su móvil...
La niebla se apodera otra vez de ella, pero esta vez es distinta. Celia siente como si se durmiera placenteramente, como si fuera arrastrada por una ola en el mar embravecido hacia una playa desierta y tranquila.
Los servicios de emergencia anunciaron su muerte a Janet ese mismo día, antes del almuerzo. Su compañera de piso la encontró al volver de clases en la universidad.
Celia, 17 años.